miércoles, 7 de julio de 2010

Memoria y Justicia



(Es un gran discurso que, por desgracia, y consecuencia de la transición inmodélica, sería impensable que un Jefe de Estado o Presidente del gobierno español hubiera hecho y ello a pesar de que el número de atrocidades y brutalidades fue mucho mayor en España que en aquel país. Por favor, ayuden a que el pueblo español vea lo que ocurre en otros países, añadiendo presión al gobierno español para que ocurra también aquí, haciendo justicia)
(Vicenç Navarro)

Hoy, setenta años después de los abominables hechos que una partida de generales, con Franco a la cabeza, cometieran contra la II República llevándonos a una guerra civil, los españoles no hemos podido esclarecer el pasado, como ya están haciendo los argentinos, aunque lo suyo no sea comparable en cuanto a número de muertos ni desaparecidos. Me gustaría que nuestro presidente, José Luis Rodríguez Zapatero, emulara a Cristina Fernández, presidenta argentina, y subiera a la palestra para defender su Ley de Memoria Histórica.
Nos hemos acostumbrado, a lo largo de toda su presidencia, a que, exceptuando la traída de las tropas de Irak que fue lo primero que prometió hacer y, sin que sirva de precedente, si llevó a cabo, nunca haga lo que dice porque es más fácil hacer lo que le dicen.
Sr. Rodríguez Zapatero no tire la piedra y esconda la mano. Póngase en el lado de la verdad, con los que le votaron, con los que le necesitan, al lado de quienes llevamos más de setenta años sufriendo la desaparición de los nuestros, porque la Historia, sino, le colocará en el lado de los ruines.

lunes, 5 de julio de 2010

Mi infancia son recuerdos...


Hoy ha vuelto a mí, como venida de ultratumba, esta foto con historia (1957). La foto de mi primera y casi última comunión. Me ha traído a la memoria uno de esos recuerdos que hacen que tu vida sea la que es y no otra.

Días antes de esta puñetera fecha (31-5-1957), cuando estábamos jugando en la calle, vi a mi tío que salía de la taberna con un amigo y fui corriendo a pedirle una “perra gorda” para comprar pipas y torraos. Mi tío me dio una perra y su amigo Román me dio otra –debe ser fiesta pensé yo- no podía haber elegido mejor momento…. O quizás sí, porque también presencié la despedida de ambos que después me acarrearía más de un disgusto.

Como nunca lo había visto, me causó cierta sorpresa, la sorpresa de lo nuevo, de lo visto por primera vez, que, como casi siempre te deja huella. Las despedida tenía su liturgia: mi tío y su amigo se agarraron fuerte por el antebrazo y pronunciaron las palabras mágicas: ni dios, ni patria, ni rey.

No tardé mucho en experimentar la sensación que producía la pronunciación de la mencionada tríada. Al anochecer, cuando llegué a casa de mi abuela –vivíamos en su casa porque nosotros no teníamos- saludé a mi abuela cogiendo su mano y solté la fórmula mágica: “abuela, -ni dios, ni patria, ni rey-.

¡Hereje, eres un hereje! ¿Quién te ha enseñado eso? ¿Ha sido tu tío verdad? ¡Eso es una blasfemia y no vuelvas a decirlo! Me quedé compungido. Con la ilusión que me había hecho lo aprendido. Pocos días después, -mientras mi madre me lavaba en el barreño de zinc, mejor diría me fregaba, porque se empleaba a fondo con estropajo y jabón sobre mi piel de carbonero- solté de nuevo la frase lapidaria y mi abuela que estaba sentada cerca, se levantó, fue al fogón, cogió la guindilla que tenía preparada para los callos del domingo y me pegó tal restregón en la boca que entonces supe lo que podía ser el infierno.

Mi tío y Román lo pasaron peor, les costó varias costillas rotas y una temporada a la sombra. Un día los pilló la secreta en plena despedida.

Demasiada lucha para tan corto resultado…