lunes, 8 de marzo de 2010

LA MUERTE COMO ESPECTÁCULO

En este largo camino es obligado hacer una parada de vez en cuando y esta mañana me he vuelto a detener para disfrutar del paisaje. Lejos del mundanal ruido, donde ni siquiera el canto de los pájaros me acompaña, con todo el tiempo y el espacio del mundo, aquí en la cumbre, encuentro el lugar perfecto para la reflexión. A veces ocurre que la belleza y grandiosidad del paisaje me cautiva de tal modo que sólo me permite la contemplación sin más.
En el camino que me ha traído hasta aquí arriba, me he cruzado con ganado que estaba pastando en la pradera. Era una vacada de once ejemplares, diez vacas y un toro que invadía el estrecho camino y he tenido que salir de él para proseguir la marcha. Preciosos animales que, libres en su ámbito natural nos hacen sentir la naturaleza más viva y nos deberían servir como ejemplo a nuestra integración en ella.
El ganado me ha entretenido unos minutos que he aprovechado para descargar la mochila y beber agua mientras los contemplaba; una escena plenamente bucólica. Ahora, aquí arriba, después de embelesarme, me viene a la memoria el debate sobre las corridas de toros que, desde hace tiempo, ora sí, ora no, suele aparecer.
Hoy he escuchado a una diputada del PSOE: las corridas de toros son un arte porque hay varios toreros a los que los gobiernos de turno - y ella misma representándolos -, han condecorado con la medalla al mérito de las bellas artes (la frase no es literal porque hace dos horas que la he escuchado, pero el sentido es absoluto). El PP ya ha salido corriendo a la desesperada, en las comunidades donde gobierna, para proclamar las corridas de toros “bien de interés nacional”. Lamentablemente ya estamos acostumbrados a sufrir a nuestros políticos
Me gustaría escuchar la opinión de la Iglesia, como defensora a ultranza de la vida (yo también la defiendo con el mismo empeño, pero de otra forma), que aún no ha dicho nada al respecto. Debe pensar que los toros no tienen vida, que eso es otra cosa, que no son seres de su Dios.
Hay muchos razonamientos que se están aprovechando para afirmar la continuación de la “”fiesta nacional””
Ortega y Gasset: La historia de las corridas de toros revela algunos de los secretos más recónditos de la vida nacional española durante casi tres siglos. Y no se trata de vagas apreciaciones, sino que, de otro modo, no se puede definir con precisión la peculiar estructura social de nuestro pueblo durante esos siglos, estructura social que es, en muy importantes órdenes, estrictamente inversa de la normal en las otras naciones de Europa.
Federico García Lorca: "El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España… Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo".
Yo, que tengo el alma más dura y mucho menos cultivada que ellos, no acabo de entender esta ética y estética que tiene su culminación en la derrota y muerte de un ser que se genera precisamente para la muerte, que se le va inyectando odio y furia a lo largo de su existencia para pervertir sus instintos naturales y que muy al contrario de lo que nos dicen, su vida en el campo es una vida de hostigamiento continuo, aunque muy bien alimentada
He escuchado también, a propósito que el debate se está dando en Cataluña, que la fiesta del toro, pretendida como seña de identidad española - ¡qué pobre identidad! - los catalanes quieren deshacerse de ella; no es la única seña de españolidad, afortunadamente, que tiene Cataluña. ¿Podía ser el pingüe negocio que genera el martirio del toro, y las grandes fortunas que le manejan, el principal freno a su desaparición?
A quienes invocan a la tradición les propongo una mirada hacia atrás para que vean cuántas de ellas deben dejar los pueblos en su marcha hacia delante, precisamente para no quedarse inmóviles y conseguir que el hombre alcance cada día mayores cotas de bondad y belleza.
La muerte nunca es bella si va precedida de tortura y dolor inconmensurables, aunque los autos de fe también concentraban a multitud de espectadores. Es notorio el celebrado en la Plaza Mayor de Madrid en 1680, en honor de la consorte de Carlos III. La tradición inquisitorial española acababa el 15 de julio de 1834.

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